Isaac Newton, un nombre que resuena en la historia de la ciencia como sinónimo de genialidad. Pero detrás de esa figura mítica que formuló las leyes del movimiento y la gravitación universal, se esconde un rasgo que, en retrospectiva, podría haberse considerado su mayor obstáculo: su ego.
A lo largo de la historia, el ego de los genios ha sido tanto su motor como su perdición. Newton, lejos de ser una excepción, utilizó su imponente intelecto para perseguir la perfección en una ciencia que, por naturaleza, es imperfecta y en constante evolución. El deseo de controlar su legado, de garantizar que su nombre quedara grabado con fuego en la historia, lo llevó a entrar en una serie de batallas científicas que, en última instancia, desviaron su atención del verdadero objetivo de cualquier científico: el conocimiento.
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Newton en 1702 (Godfrey Kneller) |
El conflicto con Leibniz: ¿Un duelo de egos?
La disputa entre Newton y Leibniz por la invención del cálculo es uno de los episodios más célebres de la historia científica. Mientras que Newton desarrolló su versión del cálculo en la década de 1660, Leibniz lo hizo de forma independiente, pero fue el primero en publicarlo, ganándose el reconocimiento por su notación y claridad. La reacción de Newton fue inmediata y feroz: acusó a Leibniz de plagiar su trabajo, desatando una guerra de egos que dividió a la comunidad científica por generaciones.
El problema no solo fue la controversia, sino cómo el ego de Newton influyó en su manera de enfrentar la situación. En lugar de abrir un diálogo constructivo, prefirió descalificar y manipular los hechos para asegurarse de que su versión fuera la única aceptada. La ciencia, en este caso, fue utilizada como un campo de batalla personal, donde la búsqueda de la verdad se vio empañada por intereses egoístas.
Un excelente ejemplo de la diferencia en las actitudes de ambos genios es como cada uno de ellos respondió al hecho irrefutable de que había discrepancias entre lo que la teoría gravitatoria predecía para las órbitas de los planetas y lo que se observaba realmente.
Leibniz y la teoría de perturbaciones: Un enfoque positivo
Leibniz, al ser consciente de las limitaciones de las teorías existentes, no intentó imponer un orden perfecto y arbitrario al cosmos. En lugar de ello, se dedicó a adaptar las teorías a lo que los datos le mostraban. Su trabajo sobre las perturbaciones, que explica cómo las órbitas planetarias no son perfectamente elípticas, sino que son alteradas por la influencia gravitatoria de otros cuerpos celestes, es un ejemplo claro de cómo un enfoque flexible y basado en la observación de los datos puede llevar a explicaciones más precisas y ajustadas a la realidad.
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Leibniz en 1703 Niedersächsische Landesbibliothek |
Al no imponer una visión preestablecida de la naturaleza, Leibniz fue capaz de aceptar que las imperfecciones en las órbitas no eran defectos, sino parte del funcionamiento real del universo. En ese sentido, su teoría de perturbaciones representó una adaptación a la complejidad real del sistema solar, permitiendo una comprensión mucho más completa y dinámica de cómo los planetas se mueven.
Newton y el enfoque personal: La búsqueda de la perfección
Por otro lado, Newton, atrapado en su visión de que todo debía seguir un orden perfecto y divino, intentó imponer esa visión a las órbitas planetarias. Su afán por encontrar una perfección absoluta lo llevó a ignorar las variaciones observadas en los movimientos planetarios y a gastar años buscando una simetría que no existía. A pesar de su genialidad, su ego y su visión rígida le impidieron ver que el universo real no tenía que ser "perfecto", sino más bien complejo y variable.
Este contraste entre los dos enfoques es, en muchos sentidos, una lección sobre cómo el conocimiento debe estar abierto a la interpretación de los datos y la adaptabilidad. El enfoque de Leibniz permitió una mayor flexibilidad científica, mientras que el de Newton, aunque brillante, estuvo limitado por una obsesión personal con la perfección que a veces lo alejó de la realidad observable.
¿Qué lecciones podemos aprender?
El ego, aunque a veces impulsor de grandes logros, también puede ser un freno cuando se convierte en el centro de nuestra atención. Si Newton hubiera sido más colaborativo, si hubiera aceptado el mérito de otros, la ciencia habría avanzado con mayor rapidez y, tal vez, la historia de sus descubrimientos se hubiera escrito de una forma más inclusiva y menos conflictiva.
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A la izquierda PRINCIPIA MATHEMATICA de Newton a la derecha NOVA METHODVS PRO MAXIMIS ET MINIMVS de Leibniz |
A lo largo de los siglos, hemos aprendido que el verdadero motor de la ciencia no es el ego, sino la curiosidad y el deseo de saber más. Los avances más grandes ocurren cuando los científicos colaboran, comparten ideas y se enriquecen mutuamente. Newton, a pesar de su grandeza, es el ejemplo perfecto de cómo el ego puede desviar la verdadera búsqueda del conocimiento.
Reflexión final: La ciencia como un viaje compartido
La historia de Newton nos invita a reflexionar sobre nuestra propia relación con el conocimiento. En la ciencia, no se trata de ser el mejor, sino de hacer que todos se beneficien del progreso. Al final, los descubrimientos no pertenecen a un solo individuo, sino a la humanidad entera.
Jamás sabremos a dónde podría haber llegado la Física del siglo XVIII si esta imagen, generada por chatGPT, de Newton y Leibniz trabajando juntos hubiera sido real.
Así que la próxima vez que te enfrentes a una idea nueva, un desafío o incluso una crítica, recuerda que lo importante no es la perfección ni el ego, sino el proceso de aprender, colaborar y expandir juntos los límites del saber. La ciencia es más poderosa cuando se construye en equipo.